Por: Lic. Cecilia Schatz
Psicóloga
MN 50.418 - MP 95.925
En las últimas horas se habla de
una extensión de la cuarentena: diez días más, acercándonos así al mes
de cumplimiento de la misma, 30 días de aislamiento, de cambio de rutinas y de
adaptación de nuevas formas de hacer las cosas y del sentir que conlleva….
Demasiados cambios, demasiado
hemos tenido que apelar a nuestro lóbulo frontal ejerciendo al máximo nuestra
flexibilidad mental, un buen proceso de toma de decisiones, en cómo hacer mejor
las cosas cuidándonos, controlando impulsos para no desquitarnos abruptamente
ante la frustración de lo que nos viene impuesto con un “No se puede”, apelando
continuamente, en la rutina, a la
resolución de problemas que se nos siguen presentando en el modo de satisfacción
de demandas...
Destacamos el cambio de rutinas:
plataformas de estudio con los hijos en casa
en las que somos cuasi docentes, Docentes que deben enseñar de otra
manera sin conseguir exactamente los mismos resultados, aumento de compras de
alimentos online o por teléfono, tareas domésticas que tal vez antes delegábamos
en otro, salidas programadas en tiempo y forma con la consideración de todo el
“armamento” que debemos llevar, todo debe ser detalladamente planificado para
poder ser organizadamente asimilado y automatizado en el tiempo, videoconferencias
y reuniones laborales cibernéticas,
tareas laborales mediadas por la tecnología llevadas a cabo desde casa
en un cien por ciento. En este devenir de tareas simultaneas, las nuevas
tecnologías nos están facilitando pero también operan como obstáculos en la
efectividad del tiempo y forma.
Por estos mismos obstáculos y mecanicismos
que este tipo de interacción conlleva,
las demandas, la satisfacción propia y la del otro son sometidas a un imposible
que nos supera y nos frustra…
Entonces es que junto a todo esto
tenemos dos panoramas sociales: Por un lado, para las familias que conviven
juntas, la superposición en un mismo espacio y tiempo de todas las esferas
diarias (escuela, trabajo, tareas domésticas, maternidad/paternidad, etc., sufriendo
un exceso omnipresente de tareas pendientes). Del otro lado los que habitan
solos y sus áreas de sociabilidad y acción se han reducido experimentando lo
que llamamos “deprived of human relationships” o sea una privación de las
relaciones humanas en el sentido de contacto físico, PRIVACION EXTRA y de otro ámbito a las que el
primer grupo está sometido.
Es entonces considerando estas
dos esferas sociales que tenemos de un lado el “exceso” de todo lo pendiente
que si bien altera, nos proporciona un lado positivo que viene dado por el
sentimiento de ocupación y sobre todo por el valor de “Utilidad” ante las cosas
y ante el otro (hijos, pareja) no disminuyendo el calor de la relaciones
humanas y cara a cara y del otro lado un
“declive” de acción y unificación de esta última, no pudiendo mantener de
manera continua esta interacción cara a cara, la calidez de las relaciones
humanas presenciales, produciendo contrariamente al primer grupo una reducción
del sentimiento de utilidad, y un aumento del sentimiento de SOLEDAD.
Y a esta Soledad como estado y
como sentimiento quiero referirme, porque implicar varios aspectos: a)
estar solo físicamente, b) al estar solo, sentirse solo y c) Sufrir el estar y
sentirse solo con las consecuencias que
todo esto conlleva…
Se vincula a la soledad con la desprotección
y el aislamiento, somos presas de la tendencia neurótica de tratar a la soledad
como una desgracia, hay un significado social en este sentido, representado en
la cultura como por ejemplo muchos tangos y poesías, etc.
Es la soledad una de las escenas más
representativas en la que ubicamos la necesaria importancia de la presencia del
Otro en el ser humano. Desde el principio el Otro y los otros tienen esa magnífica
importancia, es en torno a ese Otro o esos otros que nos constituimos como
individuos, como sujetos y por si fuera poco como desecantes… Por la misma evolución
psíquica que debemos transitar desde niños, nuestro psiquismo queda impregnado
del valor negativo de esta experiencia, sobre todo en el estado de amenaza,
vulnerabilidad y fragilidad, como en el que ahora de adultos estamos
atravesando. Como un niño, estar solos nos remite al abandono, a la desprotección
y a la vulnerabilidad. La calidez del abrazo, del contacto, cuando un niño está
en soledad es lo que lo calma, y como nos enseña el psicoanálisis, uno de los
primeros grandes traumas que debemos afrontar es la angustia ante la
ausencia/no presencia del Otro.
El estar solos puede ser
vivido como necesidad y satisfacción de nuestro deseo, y esta experiencia no es
entonces angustiante. Por el contrario, la soledad deseada es el motor hacia
adelante, muchas veces como experiencia de crecimiento. Pero cuando esta
soledad va en contra de la satisfacción de
nuestro deseo, solo queda el impulso deseante, el motor del mismo sin
posibilidad de encontrar la satisfacción, y solo encontrando el vacío de lo que
falta y de lo que no está en lo real. El movimiento hacia adelante se
obstaculiza y parecemos “estancados”.
Es entonces en este último caso
donde el estar solos se duplica con el sentirse solos, con las
secuelas emocionales que esto representa. Sentirse solo implica sufrir la
soledad, sufrir la falta de objeto de satisfacción propia, y sumado a las
tareas y rutinas que debemos seguir llevando adelante debemos también encontrar
la forma de colmar y satisfacer al que se encuentra detrás de la pantalla.
Entonces tenemos que encontrar
una salida a esta situación: Sabemos que los tiempos, la calidad de tareas
realizadas mediante las tecnologías y los tiempos y los espacios concretos en
los que en condiciones normales nos desarrollamos, no son los mismos. Sabemos
que todo no se puede, que en la satisfacción propia y ajena también hay
lugar para ese vacío con el que podemos y debemos encontrarnos y superarlo,
reconociendo la limitación del exterior y la limitación propia. Propia de ser
seres humanos y resignificar las
experiencias para vivenciarlas de otro modo.
Una manera propuesta seria la reinterpretación
del estado de imposibilidad de hacer lo mejor, de hacer todo bien
o de hacer todo como antes, como así también la re significación de los
estados de soledad por el sentimiento de intimidad. La intimidad no es soledad,
la intimidad es privacidad. Es estar con uno mismo y sentirnos cerca de
los otros. Son justamente las tecnologías más usadas en esta época las que nos
pueden hacer sentir solos o lejos de los otros. O al permitirnos la continuidad
de la comunicación, hacernos sentir en la intimidad y cercanía con los otros. De
esta manera, obligados por las circunstancias, en el dialogo cibernético, en la
enseñanza a los alumnos y en el cumplimiento (como podamos o como la situación
nos lo permita) de las tareas laborales, también podemos estar en compañía y
con los otros. Podemos entonces encontrar al mismo tiempo la experiencia de la
intimidad con ellos y la intimidad propia en el aislamiento en nuestro hogar, encontrándonos
también con el límite propio de lo que nos hace humanos y la limitación
impuesta por la realidad siempre imperfecta.
Debemos recordar que el mundo, la realidad que
tenemos, es para cada uno una realidad sentida, que vemos de acuerdo a la
mirada que tengamos y a la significación que impongamos a los hechos que
vivimos.
Por lo tanto, Soledad e intimidad
no son opciones contrapuestas, son estados y sentimientos dados por la interpretación
y significan que les demos a los hechos.
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